Hay, Señor, en tu
adorable Pasión,
una palabra que
sin vibrar en mis oídos,
llega a lo más
profundo de mis entrañas,
que me conmueve,
admira y enternece
y habla como
ninguna…
No es la palabra
de los discípulos que te niegan,
ni la de los
jueces que te escarnecen,
ni la de los
verdugos que te insultan,
ni la de la plebe
que te blasfema,
ni siquiera,
la de
las piadosas mujeres que te compadecen.